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Los cíclopes de Sagrada Familia, Brasil

Los encuentros con humanoides forman parte de la rama más absurda del fenómeno OVNI. Tanto, que es difícil que los testigos se lo estén inventando…

Forzamos con los hombros el portón de metal y éste, despacio, se abrió parcialmente. Accedimos a un terreno baldío repleto de maleza que escondía los cimientos de una antigua casa. A la izquierda se levantaba un frondoso árbol de aguacates de unos diez metros de altura. Éramos conscientes de que aquella visita era un viaje al pasado, al rescate de una historia que parecía imposible. Nuestro guía, José Marcos Gomes Vidal, señaló el árbol y nos dijo: “Sigue de pie. Si pudiera hablar nos contaría lo que pasó en aquella noche del 28 de agosto del 1963”, aseguró. Él era uno de los tres testigos de lo sucedido…
Casi no dábamos crédito; estábamos pisando la maleza que cubría el escenario de uno de los casos más enigmáticos y estremecedores de la ufología. Ahora era un terreno con los restos de una humilde vivienda situada en el barrio de Sagrada Familia, en la periferia de la ciudad de Belo Horizonte, la contaminada y ajetreada capital del Estado brasileño de Minas Gerais.

Allí ocurrió algo desconcertante. Lo que el entonces niño José Marcos, –siete años–, y sus amigos, los hermanos Fernando –11 años– y Ronaldo Eustaquio Gualberto –9 años– observaron parecía haber salido de las páginas de un tratado de mitología: los terroríficos cíclopes.

El pisar el mismo lugar donde aparecieron los cuatro tétricos gigantes de un sólo ojo, nos provocó un escalofrío. Y es que no era para menos. Únicamente había que recordar la historia que habíamos leído en numerosas ocasiones en libros y enciclopedias de misterio. Estábamos en la calle Conselheiro Lafaiette, en el número 1.533, un vecindario tranquilo con edificios no demasiado altos. En 1963 era una vía con pocos vecinos, sin iluminación, con mucha vegetación y muy poco transitada.
“Hace varios años que no vengo aquí, y pese a lo que pasó, guardo buenos recuerdos de mi infancia en este barrio de gente sencilla. Allí –señalaba José Marcos, un hombre de 48 años, dibujante industrial de profesión– quedaba el pozo y un viejo barril de gasolina donde fuí a recoger agua para lavar un colador de café cuando aquello apareció…”.

Cíclopes y gigantes
El día anterior habíamos localizado a José Marcos Vidal haciendo un trabajo solidario de cocinero para una fiesta caritativa en un centro espiritista de Belo Horizonte, la Sociedade Espírita Amor y Caridad. Nos atendió amablemente y se comprometió a llevarnos, en su automóvil, hasta el escenario de los sucesos acaecidos hace más de 40 años. Por el camino nos contó cómo era su vida, cuando trabajó en el desierto de Irak para una constructora brasileña de carreteras y puentes; de su infancia de pobreza pero feliz, jugando con las cometas, con las peonzas y ganando algunas monedas para ayudar a la familia transportando la compra de los que iban a los mercadillos.

Dejamos a Vidal que rebuscara en las entrañas de su memoria, casi ajeno a nuestra presencia: “Era una noche un poco fría, sobre las 19.00 horas. De ello me acuerdo porque llevaba una cazadora. Yo vivía en la esquina de abajo, en la calle Godofredo de Araujo, en una segunda planta y había ido a la casa de mis dos amigos. El cielo estaba muy limpio, podíamos ver las estrellas. Había Luna. Fuí a buscar agua en el barril del patio para limpiar un colador de café. Mi amigo Fernando me sujetaba por la cintura para alcanzar el agua, en el fondo del barril, con un cazo. Yo sé que Fernando se largó y me caí hacia atrás. Entonces apareció aquello. Era una bola transparente suspendida en el aire, a unos ocho metros, situada sobre el árbol de aguacates, pero sin tocar sus ramas y sin emitir ningún ruido”.

Miramos hacia el árbol aún frondoso intentando reconstruir la escena. En realidad teníamos una fotocopia del primer y el segundo informe publicados sobre el caso, en el desaparecido boletín de la Sociedade Brasileira de Estudos dos Discos Voadores (1965-66), en un artículo del veterano y pionero ufólogo de Minas Gerais, el psicólogo Húlvio Brant Aleixo. El expediente recogía –durante las entrevistas que realizó a los tres niños– que la esfera debía tener poco más de tres metros y medio de diámetro, era transparente, surcada por unas líneas rectas; además sobresalía, en su parte superior, una especie de antena en forma de “V”. Pero lo más importante era que la esfera presentaba en su interior a cuatro seres de aspecto humanoide, sentados delante de algún aparato o panel de control.

Uno de los seres, el de la izquierda, era gordo y había otro que los niños interpretaron como una mujer, dados sus cabellos largos y rubios. Otro, más delgado, parecía manipular los controles de una mesa donde había una pantalla. Los hombres eran completamente calvos y todos portaban una suerte de escafandra, y algo similar a “cuero arrugado” en el tórax y en las articulaciones de brazos y rodillas. Hasta la cintura el traje era de color marrón, mientras que el pantalón era blanco y las botas negras de caño llegaban hasta las rodillas. El casco era transparente, y sobre el mismo se extendía una “antena” circular.
“Yo tardé un poco más en ver al gigante que ya caminaba sobre la tierra, pues estaba con la cabeza metida en la boca del pozo. Más tarde me contarían que éste bajó entre dos haces de luz amarilla que se proyectaron hacia abajo, procedentes de la esfera suspendida en el aire”.

¿Volverán?
Vidal nos refirió que se quedó muy impresionado cuando súbitamente vio aquel ser de gran estatura, de unos dos metros, piel roja y con un solo ojo en el entrecejo, de color oscuro y sin esclerótica. Los hermanos Ronaldo y Fernando apreciaron que el humanoide caminaba hacia ellos balanceándose de un lado a otro y, rápidamente, se escondieron aprovechando la oscuridad. Marcos Vidal seguía inclinado dentro del barril. Quizá el ruido metálico del cazo despertó la atención del cíclope, que empezó a dirigirse hacia él. En ese momento Fernando salió en su auxilio. Todo ocurrió en cuestión de segundos.

El cíclope desistió de buscar a los niños en sus escondrijos y se sentó en el borde del pozo. Luego se levantó y, según contó Marcos Vidal, intentó decirles algo que no entendieron. Su voz era muy grave y pareció sonreír, exhibiendo unos “dientes muy afilados y feos”. Aunque Marcos no lo recordara, el informe de Aleixo daba cuenta de que el gigante hizo algunos gestos mientras hablaba. Empleando el pulgar como centro, con el indicador de la otra mano hizo un círculo en el aire en torno al pulgar, y otros concéntricos, quizá cinco o seis veces. ¿Qué podría significar eso? Si comparamos esto con otro caso, también ocurrido en Brasil, pero en 1947 –en Pitanga–, quizá podríamos hallar una explicación: los humanoides aparecidos en este último lugar –también con cascos transparentes y embozados en escafandras– trataban de señalar a un hacendado los círculos concéntricos de un sistema solar y situar en una de las esferas su supuesto planeta de origen.

Continuamos leyendo, allí mismo, en el mismo lugar de los hechos, el insólito informe. El cíclope señaló a los tres muchachos haciéndoles un gesto que interpretaron como una invitación a “dormir”. Además señaló a la Luna, juntando posteriormente las manos, como si tratara de volar hacia nuestro satélite natural. En ese momento se levantó y al girarse, los niños vieron un especie de caja de color ocre colgada a su espalda. Fue en ese momento de distracción de la criatura cuando Fernando agarró un ladrillo con la idea de darle en el casco. Aunque no lo vió, el cíclope se giró de un salto y, a la altura de su pecho, se encendió un pequeño rectángulo luminoso que emitió un haz de luz amarilla que se proyectó sobre la mano del niño. Éste, preso del miedo, instantáneamente dejó caer la piedra al suelo.

Mientras tanto, la supuesta nave seguía suspendida en el aire sobre el árbol. Uno de los seres que parecía controlar o mirar la pantalla de un “extraño televisor”, giró la cabeza hacia abajo, haciendo un gesto a su compañero en tierra. Entonces, los niños percibieron que tenía el mismo rostro, es decir, calvo y con un sólo ojo. En ese momento José Marcos se asomó de su escondrijo en el patio y preguntó: “¿Vais a volver algún día? Pareció entenderme, pues enseguida vimos cómo él movía la cabeza afirmativamente, respondiendo a mi pregunta. Es decir, ellos volverán nuevamente”, aseguraba Vidal mirando fijamente al árbol.

El “acto final” transcurrió como sigue: el cíclope se agachó para arrancar una planta. A continuación surgieron dos haces de luz paralelos bajo la nave, y el gigante se situó entre ellos, elevándose poco después lentamente. Todo su cuerpo pasó por una abertura redonda y entró nuevamente en el vehículo. Los niños pudieron ver cómo se movía dentro y tomaba asiento. La nave empezó a ascender hasta alcanzar una altura de entre 12 y 15 metros; sólo entonces emitió una luz muy fuerte y se inclinó 45 grados partiendo hacia el nordeste. Y así, desaparecía totalmente.

Resulta extraño, como observó Aleixo, que los chicos, hasta la partida del vehículo volador, no huyeran. Sólo entonces José Marcos Vidal corrió hacia el interior de la casa de sus amigos donde se escondió, muy asustado, bajo la cama. Tuvieron que recurrir a su padre, que vivía en la esquina de la calle, para que lo sacara de su escondrijo. Durante un tiempo los muchachos evitaban salir de casa por la noche. Así, el miedo se transformó en curiosidad, en esperanza de retorno, al menos por parte de Vidal. “Yo me quedaba sentado en la barandilla del balcón de mi casa, mirando al cielo, esperando que un día aquellos seres regresaran”. “¿No tenías miedo de su regreso?”, preguntó Suenaga. “No, porque si ellos hubieran querido hacernos daño lo habrían hecho aquel inolvidable día. Creo que querían ver cómo vivíamos nosotros, lo que hacíamos…”.
“¿Aún tienes esperanza de que ellos vuelvan?”, preguntamos con evidente interés. “La esperanza es la última que muere; sí me gustaría volver a verlos”.

Llegados a este punto era importante saber si Vidal ya conocía el espiritismo en aquellos tiempos. Había que descartar si hubo alguna influencia en la posible interpretación del suceso. “No, en aquella época la religión espírita aún había sido poco divulgada y sólo la conocí0 de adulto”.

Otro dato interesante nos llevaba al aspecto más humano de lo vivido por el testigo, las sensaciones en suma experimentadas al regresar al lugar del avistamiento. “Ha sido muy bueno recordar in situ aquello aunque quede muy poco de la casa de mis amigos. La mía era aquella, la de la esquina –señalaba conmovido–. Como ya os dije, la infancia me trae buenos recuerdos”.

Después de lo acaecido, se percataron de que habían quedado algunas huellas en el suelo, cerca del pozo. Vidal nos aseguró que eran como huellas de botas, con algunas perforaciones en su interior de forma triangular. Contenían residuos de cemento y cal de unas reformas en la casa. El humanoide debía ser muy pesado pues dejó las mismas en una tierra muy dura. También encontraron las marcas triangulares, con 1,5 metros de cada lado, aproximadamente.

El padre de Ronaldo y Fernando no estaba en su hogar durante los acontecimientos, pero sí la madre, María José, que alcanzó a ver, por la ventana de su cuarto, una luz verdosa –quizá reflejo de las hojas del frondoso árbol– mientras cuidaba de su hijo menor, de un año de edad. En aquellos tiempos había muchos árboles en Sagrada Familia, lo que podría explicar que otros vecinos no hubieran sido partícipes de la insólita experiencia.

La calavera saltarina
Antes de marchar, preguntamos a Vidal si allí habían ocurrido otros hechos semejantes o extraordinarios. Se rascó la nuca y contestó afirmativamente. Por esas fechas, una vecina llamada Zita Ianni había observado un OVNI muy grande sobre una central eléctrica situada en una colina, un poco más arriba de donde residían los niños. Se trataba de un aparato con forma de puro, y ventanillas rectangulares iluminadas por dentro. Fue el marido de Zita quien convenció a los padres de los niños –que se habían callado por miedo al ridículo– de contar su historia al reportero de O Diario, curiosamente un periódico conservador y controlado por los obispos de Belo Horizonte.

Insistimos a Vidal que nos presentara a algún vecino que llevase muchos años en el barrio, con la esperanza de que pudiera recordar algún acontecimiento “sobrenatural”. Y así, justo frente a la casa de Vidal se ubica el inmueble de doña Beatriz Eliana dos Santos, de 53 años, que nos atendió con mucha amabilidad. “Sí, sí, justo al lado de la casa de Marcos Vidal, ahí enfrente, había una muy antigua, donde aparecía una calavera”.

Nos miramos estupefactos, casi al unísono, y preguntamos: “¿Una calavera?”.

Continuó: “Mi madre me contaba que habían enterrado una calavera de una persona en el jardín de la casa. A veces era vista de noche, saltando, pegando brincos. Yo no la vi, pero mi madre sí, que se vino a vivir aquí hace unos 60 años. Me acuerdo que, siendo niña, inspirada en aquella historia de la calavera, yo y otros niños cogíamos las papayas grandes y las convertíamos en cráneos. Dentro metíamos una vela y la poníamos en el jardín de la casa encantada. Entonces las gentes que pasaban por allí de noche se asustaban y echaban a correr hasta su casa…”.
“¿Ocurría algo más en la casa?”, preguntó Villarrubia. “Sí, sí. Salían volando piedras de procedencia desconocida, al igual que otras cosas, como arena. Era algo muy raro”, nos decía seriamente Beatriz dos Santos.

¿Ángel de la guardia?
Por la noche regresamos a nuestra cochambrosa habitación del Hotel São Domingos, en el contaminado y peligroso centro de Belo Horizonte, por donde pululan mendigos y maleantes de toda clase. Desde allí Villarrubia llamó por teléfono a Fernando Eustáquio Gualberto, de 54 años, el más viejo de los tres testigos de los cíclopes. Éste vive cerca de Belo Horizonte, en la ciudad de Contagem. Aunque hubiera pasado mucho tiempo y algunos detalles del caso se le hubiesen olvidado, confirmó prácticamente todo lo que ya se sabía del mismo… añadiendo algunos detalles interesantes sobre sus reacciones y experiencias actuales: “Me acuerdo de aquellos acontecimientos como si fuera una película, como algo vago, nebuloso. Los otros dos niños me dijeron que yo agarré un ladrillo para tirárselo al gigante y que éste me disparó un haz de luz que me dejó el brazo paralizado. Yo no me acuerdo de este incidente, se me borró de la mente. La verdad es que para mí aquella fue una experiencia muy fuerte. Me acuerdo de que tenía mucho miedo y que al final José Marcos salió corriendo y se escondió debajo de la cama.
“¿Qué pasó después de aquello?”. “Se intensificó la amistad y unión entre todos. Curiosamente, desde entonces, me siento como protegido por algo, pues nunca me ha pasado nada grave en mi vida. Hace más de 20 años que no he vuelto a la antigua casa. Últimamente siento que debo ir allí, no sé por qué”.
“¿Nunca más le ha vuelto a pasar algo insólito?, insistimos. “Que recuerde no. Pero de dos o tres años hacia acá estoy un poco preocupado. Resulta que he visto algunas cosas muy raras. En una ocasión intenté abrir la ventana de mi actual casa, que da al jardín, y vi una suerte de triángulo volador entrar por la ventana.
“La prensa os buscó…”. “Sí, pero nos acosaban, nos ridícularizaban, y por eso les tengo rabia”. En definitiva, el misterio sigue rodeando a este caso ufolófico casi cuarenta años después de que ocurriera.

FUENTE: INFA

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